Respuesta ampliada a un participante del Encuentro de Teatro Inclusivo realizado en Tigre el 13 de julio de 2019.
A veces, durante un encuentro de trabajo, una charla o una puesta en común, los factores que intervienen hacen que una respuesta a una pregunta (por ejemplo en este caso, “¿cómo operan estas técnicas de creatividad en una creación colectiva?”), obtengan una respuesta rápida e insuficiente (por ejemplo, “por unanimidad”). Esto me ocurrió en el encuentro que menciono, y es el motor que me lleva a escribir esta respuesta ampliada, en forma de artículo.
Se entiende por creación colectiva el proceso creativo abordado por varias personas y también al producto generado. Generalmente se lo aplica a una obra de ficción dramática; en la mayoría de los casos, teatral.
Los procedimientos democráticos no resultan, en rigor, colectivos, ya que, según este modelo, cuando el grupo mayoritario “gana”, el minoritario “pierde”. De algún modo, y aunque es la mejor forma de gobierno de un país conocida hasta el momento, afirma y fortalece el modo de “relación de poder” y no el de “vínculo”, en el cual “ganan” todos.
Esto nos lleva a la idea de unanimidad, pero no concebida como pensamiento único; éste sería el resultado del completo acuerdo entre los integrantes del equipo, lo cual es una utopía -ya que todos somos iguales en algunos aspectos pero completamente diferentes en otros-, o bien una forma diferente de relación de poder en la que uno o varios integrantes toman una decisión y el resto acata sumisamente, cede sus deseos en función de los que se imponen, ya sea por cuestiones de inhabilidad para comunicar los propios, de una débil autoconfianza o de carencia de voluntad para la disputa.
Siguiendo la premisa excluyente de la creatividad, esto es que no resuelve tensiones sino que las sostiene y aguarda el “nacimiento” de lo nuevo, la unanimidad real surge del descubrimiento de la zona común de ese par de opuestos complementarios igualdad-diferencia, hasta el punto de que los polos se integran por completo en la concepción de que lo que unifica es, justamente, la diferencia; no cabe duda de que si hay algo común a todos los seres humanos es que somos diferentes unos de los otros (y más: siempre somos un misterio para el otro, y hasta para nosotros mismos).
Valga un ejemplo esclarecedor:
Cuatro participantes de un equipo abocado a una creación colectiva trabajan sobre la consigna de imaginar el piso de un patio. Para uno ese piso es de baldosas rojas, para otro es de cemento, para el tercero es de grama y para el cuarto, de tierra[1]. Como el piso de ese patio se está imaginando -y no pensando, calculando, especulando-, es posible que la propuesta de un integrante modifique la imagen de otro y su piso de baldosas se transforme en piso de grama, por ejemplo. Recordemos que siempre nos referimos a la “realidad” de la imaginación y no a la lógica de una idea. En principio, esto configuraría una mayoría (2 grama, 1 cemento, 1 tierra) que, como expresé al comienzo, vamos a descartar por su inviabilidad (aunque si siguiéramos explorando, descubriríamos quizá que para uno de los “ganadores” esa grama sería verde y fresca, y para el otro, amarilla y reseca). También es posible que, por motivos descritos más arriba, los dos integrantes que imaginan cemento y tierra, “cedan” su parte de creación y “se resignen” a que sea de grama (aunque ya sabemos que esa grama puede también ser muy diferente para cada uno), generando en ellos -y en el equipo todo, por defecto- malestar, frustración y, sobre todo, desorganización, incongruencia, incomodidad interna: imaginan un piso pero se ven obligados a hacer de cuenta que imaginan otro. Es evidente que no es éste el mejor camino.
Supongamos ahora que a ninguno de los participantes se le transforma la imagen primera y se ven obligados, entonces, a aceptar los cuatro pisos. Esta situación puede generar disputa, guerra, consecuente disolución y fracaso en busca de la opción única, o satisfacción e identificación de cada uno de los participantes, que se sienten expresados en cada patio; además, la misma obra en proceso se enriquece en la exploración de ese nuevo signo que resulta de la transformación de “un piso de patio” en “cuatro pisos de patio”. Puede suceder que el patio tenga cuatro pisos en diferentes sectores; que los personajes los perciban diferentes y en realidad no se sepa cuál es el real; que el piso se fuera transformando desde baldosas hasta tierra, como en un proceso de degradación (pasando por las instancias cemento y grama) o de regreso a la naturaleza; o que se produjese un progreso desde tierra a baldosas, como de naturaleza sofocada por la mano del ser humano; quizá los personajes que habitan ese patio se sorprendan cada día con que el piso se modifica sin causa aparente; o la acción forme parte de un sueño en el cual el piso del patio cambia su materialidad veloz y arbitrariamente; o que los personajes disputen (como podrían haberlo hecho los participantes del equipo creador) cómo quiere cada uno el piso de su patio; o que un vecino se imponga y quiera torcer la voluntad del dueño de casa, convenciéndolo de que su piso debería ser de tierra o de cemento o de grama o de baldosas rojas; o que la acción de la obra transcurriera en cuatro patios diferentes... Y podríamos seguir muchas páginas más, explorando potencialidades que el signo “cuatro pisos de un patio” abre ante nosotros.
Así, el proceso de creación colectiva se produce verdaderamente, al otorgar el espacio para la expresión de cada individuo que conforma ese colectivo, poniendo en acto conductas integradoras e inclusivas, y no repitiendo mecanismos de exclusión y autoritarismo, que no sólo generan malestar y discordia en los participantes sino profundos e irreparables daños en la propia obra en proceso.
[1] Estas imágenes fueron manifestadas por cuatro participantes del encuentro mencionado.