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El mercado del dolor

  • Foto del escritor: Marcelo Bertuccio
    Marcelo Bertuccio
  • 15 jul
  • 3 Min. de lectura

La información valiosa como carnada

 

Vivimos en una época en la que la sensibilidad se volvió una estética. La palabra justa, el tono correcto, la expresión emocionalmente cuidada forman parte del repertorio de lo que se ofrece, se empaqueta y se distribuye en los espacios digitales. Y con esa envoltura se vende algo más que contenido: se vende una promesa. La de que es posible resolver el malestar, el sufrimiento, la confusión o el desencanto con unas pocas ideas ordenadas, con un procedimiento simple, con una guía clara. Todo eso presentado por personas que, muchas veces, tienen efectivamente un conocimiento técnico, una base conceptual sólida y una habilidad comunicativa notable, pero no les interesás vos sino su crecimiento en las redes y la desesperación por el dinero fácil.

 

El problema no es la información. Es el uso que se hace de ella. Es la forma en que se ofrece como solución. No como una apertura, ni como una herramienta para pensar, sino como una fórmula que alivia sin transformar. No hay allí espacio para la demora, para la duda, para el trabajo. El conocimiento se reduce a consigna. Y la consigna se convierte en gancho. Se dice lo que impacta, lo que parece bueno, lo que provoca identificación. Y se dice de tal manera que la única salida parece ser comprar: un taller, un curso, una membresía, un acompañamiento personalizado. A veces, la información es verdadera. Pero su circulación responde más al principio de rendimiento que al de verdad. Y cuando esto sucede, hasta las ideas más necesarias se desgastan, se vuelven sospechosas o directamente ridículas.

 

No se trata de impugnar el pago por el trabajo -que es indispensable hasta simbólicamente-, ni de defender una especie de pureza ingenua. Se trata de reconocer que la manera en que hoy se comunica la transformación personal está mayormente atravesada por una lógica comercial. No como consecuencia, sino como motor. El dolor, la búsqueda, el desconcierto no son escuchados: son capitalizados. Y eso enferma el vínculo. Ya no se parte de la necesidad del otro, sino de su capacidad de consumir. Ya no se ofrece un espacio para explorar, sino una vía para confirmar. Ya no se acompañan procesos: se venden atajos.

 


Lo más inquietante es que esto no se hace desde la impostura abierta, sino desde la estética de la autenticidad. El mensaje es correcto, es pulcro, es emocionalmente resonante. Pero no hay cuerpo. No hay proceso. No hay riesgo. Solo hay diseño. Un diseño ajustado a lo que “funciona”, a lo que “convierte”, a lo que produce reacción. Y entonces la sensibilidad se vuelve marca. Y la marca desplaza al vínculo. Y el vínculo, convertido en producto, ya no puede alojar la complejidad que supone la transformación real.

 

En este contexto, se vuelve difícil distinguir qué viene de un impulso genuino y qué es parte de la maquinaria. No porque todo esté corrompido, sino porque la forma misma de comunicar lo vuelve borroso. Palabras como “resiliencia”, “proceso”, “priorización”, “sanar”, “reconectar”, “alinearte” empiezan a perder espesor. No porque no sirvan, sino porque se repiten sin carnadura. Porque aparecen más como frases que decoran que como conceptos que orientan. Porque se usan como sustituto del trabajo, no como marco para sostenerlo.

 

No es el contenido lo que está en crisis, sino su tratamiento. La forma en que se ofrece el saber, la ayuda, la orientación, ha desplazado el sentido hacia el impacto, la efectividad y la estética. Y cuando eso pasa, lo que podría aliviar, acompaña al vacío. No porque sea falso, sino porque está desactivado de su función original.

 

La creatividad, si algo puede aún, es recuperar el gesto de la diferencia. No la desconfianza generalizada, sino la observación afinada. La que permite ver cuándo se está diciendo algo para ayudarte y cuándo para capturarte. Cuándo hay un deseo de compartir y cuándo un cálculo. Cuándo lo que suena bien viene de un lugar vivo, y cuándo de un modelo preestablecido. No se trata de volver al ascetismo ni a la sospecha constante. Se trata de afinar el oído. Y de recordar que no todo lo que ofrece alivio nos hace bien a largo plazo. Y que, a veces, lo que más nos ayuda es lo que menos se vende.



Marcelo Bertuccio

Counselor

Dramaturgia del Propio Sistema

Servicio de Orientación y Desbloqueo

 

(Este trabajo fue realizado con asistencia de ChatGPT.)

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