El malestar no es un problema individual
- Marcelo Bertuccio
- hace 5 días
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Durante años, la mayoría de los discursos sobre el sufrimiento psicológico pusieron el foco en lo individual: la historia personal, las decisiones tomadas, las emociones no gestionadas, los vínculos disfuncionales, los hábitos adquiridos. Todo parece recaer sobre un “yo” que debe hacerse cargo de lo que le pasa, sin mirar demasiado hacia afuera. Se trata de un enfoque que ha servido para ciertas exploraciones, pero que en muchos casos ha terminado por volverse una trampa.
Lo que queda afuera, o se menciona solo de paso, es lo estructural: las condiciones sociales, los marcos culturales, los entornos simbólicos en los que ese “yo” ha sido formado. La mayor parte de los malestares que hoy se consideran personales tienen un origen compartido. Algunos incluso son inducidos: no como una conspiración, sino como un efecto colateral —a veces deliberado, a veces no— de ciertos modos de vida que se promueven como deseables, funcionales o productivos.
Esto no significa negar la singularidad de cada experiencia. Pero sí es fundamental advertir que mucho de lo que se vive como íntimo tiene raíces en tramas más amplias. No todos los síntomas provienen de traumas personales. Algunos son la forma en que el organismo acusa recibo de tensiones externas, de normas invisibles, de ritmos impuestos, de exigencias que no fueron elegidas pero que fueron asumidas como naturales.
Hoy, gran parte de la población está expuesta a formas de vida que son incompatibles con el descanso, con el deseo, con el pensamiento propio. Se exigen respuestas rápidas, productividad constante, adaptación emocional, buena presencia, motivación permanente, disponibilidad afectiva. Esta lista no proviene de un solo ámbito: se instala en la educación, en el trabajo, en las redes sociales, incluso en muchos espacios terapéuticos.
La maquinaria que sostiene este tipo de funcionamiento no es abstracta. Tiene sus engranajes en el mercado, en las instituciones, en la cultura del rendimiento, en ciertos discursos de bienestar que prometen autonomía pero terminan multiplicando la autoexigencia. Se estimula la autoexploración, pero sin cuestionar el entorno. Se medica el insomnio, pero no se interroga el ritmo de vida. Se patologiza el malestar, pero no se modifican las condiciones que lo producen.
Una relación de ayuda no puede perder de vista estas dimensiones. Cuando se vuelve un bien de consumo, cuando se ofrece como servicio dentro de la misma lógica que enferma, reproduce la maquinaria en lugar de interrumpirla. El problema no es que cueste dinero. El problema es cuando se convierte en una transacción, en una promesa de alivio individual que deja intacto todo lo que oprime.
Salir de esa lógica no es sencillo. Pero empezar por advertirla ya representa un cambio. Nombrar lo que no está siendo dicho, poner en común lo que se ha vivido como propio pero que también es colectivo, recuperar el derecho a preguntarse por el malestar sin sentirse culpable o disfuncional, puede abrir nuevas formas de estar. O, al menos, de resistir sin aislarse.
La maquinaria seguirá ahí, operando a su “voluntad”, y nosotros decidiremos si seguimos siendo uno de sus engranajes o, desde fuera, nos vinculamos creativamente con ella.

Byung-Chul Han, Psicopolítica. Neoliberalismo y las nuevas tecnologías del poder (2014):
“Quien fracasa en la sociedad neoliberal del rendimiento se responsabiliza a sí mismo y se avergüenza, en lugar de poner en duda a la sociedad o al sistema. Esa es la inteligencia especial del régimen neoliberal: en él, el explotado no se rebela sino que se deprime, redirigiendo su agresión hacia sí mismo.”
Marcelo Bertuccio
Servicio de Orientación y Desbloqueo
Dramaturgia desde el Propio Sistema
(Este trabajo fue realizado con asistencia de ChatGPT.)
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