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Cómo mejorar tu realidad con tres actitudes esenciales

  • Foto del escritor: Marcelo Bertuccio
    Marcelo Bertuccio
  • 1 ene
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 6 ene

Nota previa: Una reflexión sobre el uso del género en este texto
Estoy convencido de que el lenguaje, como herramienta fundamental de nuestra comunicación y pensamiento, debe evolucionar para comprometerse con las cuestiones de género. En un mundo donde la desigualdad está siendo revisada con una mirada cada vez más profunda y crítica, las palabras que elegimos no son inocentes; reflejan y a la vez modelan nuestras formas de entendernos como sociedad.
Sin embargo, la implementación del lenguaje inclusivo enfrenta dificultades significativas. Por un lado, no cuenta con el reconocimiento oficial de instituciones como la Real Academia Española, lo que limita su aceptación en ámbitos más conservadores. Por otro, ha sido injustamente asociado con una ideología específica, identificándolo como una herramienta del pensamiento extremista de izquierda. Esto ha desviado el foco de su verdadero propósito: construir un lenguaje que abarque y visibilice las problemáticas contemporáneas de género, independientemente de filiaciones políticas o ideológicas.
Ante este panorama, he optado por alternar los géneros de los sustantivos y adjetivos en mi escritura. Esta decisión me permite evitar las controversias que despierta el lenguaje inclusivo, cuya sonoridad considero, además, de dudoso gusto. Como mencioné en el primer episodio de mi podcast Conducta creativa en la obra y en la vida, esta sonoridad me evoca el balido de las ovejas, con toda la carga simbólica que eso implica.
El recurso de alternar géneros no solo busca esquivar polémicas innecesarias, sino también transmitir una idea central: la trascendencia del interlocutor binario. Al elegir cada palabra, la intención es invitar a reflexionar sobre las múltiples formas en que el lenguaje puede evolucionar para ser más justo y representativo, sin perder de vista su armonía y eficacia como vehículo de comunicación.

 



Las tres actitudes

En el trajín del día a día, solemos vivir atrapados en rutinas que a menudo nos desconectan de nosotras mismas y de los demás. Sin darnos cuenta, caemos en reacciones automáticas que alimentan conflictos, incomprensiones o insatisfacciones. Sin embargo, existen tres actitudes que, al practicarlas con constancia, pueden transformar nuestra manera de vivir y relacionarnos: la empatía, la autenticidad y la aceptación incondicional.

Estas claves no son fórmulas mágicas ni soluciones inmediatas, sino herramientas profundas que invitan a observar la vida desde un lugar más consciente y realista. Aquí exploraremos cada una, con ejemplos y reflexiones prácticas para aplicarlas desde hoy mismo.

 

Empatía: La escucha que alivia

La empatía es la capacidad de comprender profundamente lo que vive otra persona, sin proyectar nuestras propias ideas ni apurarnos a juzgar. Escuchar de verdad requiere salir de nosotros mismos para habitar el mundo del otro.

Imaginemos que un amigo comparte su frustración por no conseguir trabajo. La empatía no se trata de responder con frases hechas como “todo va a mejorar” o de ofrecerle soluciones apresuradas. Es, en cambio, un acto de estar presente, de validar su sentir y acompañarla en su experiencia. Un simple “entiendo que debe ser difícil” dicho desde el corazón puede ser más poderoso que cualquier consejo.

En nuestras relaciones diarias, practicar la empatía no solo alivia tensiones, sino que abre un espacio donde las personas se sienten tenidas en cuenta, escuchadas y comprendidas.

 

Autenticidad: La valentía de la honradez

Ser auténtico no significa decir todo lo que pasa por nuestra mente, ni ser brutalmente honestos sin tacto. Es actuar y expresarnos en coherencia con lo que sentimos, pensamos y hacemos. La autenticidad es un acto de coraje porque nos expone tal como somos, sin disfraces ni caretas.

Por ejemplo, si en una reunión de trabajo no estás de acuerdo con una propuesta, ser auténtico no significa confrontar agresivamente ni callar para evitar problemas. Es encontrar el momento y las palabras para expresar tu punto de vista con firmeza, pero también con respeto: lo que se llama asertividad. Este equilibrio entre honestidad y cuidado fortalece tanto nuestra relación con los demás como nuestra confianza en nosotros mismos.

La autenticidad genera un impacto invisible pero profundo: invita a otros a ser también ellos mismos y construye vínculos más verdaderos.

 

Aceptación incondicional: El reconocimiento de lo real

La aceptación incondicional es quizás la más difícil de estas actitudes, porque nos desafía a dejar de controlar y a aceptar tanto a los demás como a nosotros mismos tal como somos.

Esto no significa resignación o conformismo. Es reconocer que las personas, incluidos nosotros, estamos en procesos que no siempre entendemos ni podemos acelerar. Aceptar incondicionalmente implica mirar al otro —o a uno mismo— con compasión, sin etiquetar o rechazar lo que no encaja en nuestras expectativas.

Por ejemplo, en una discusión familiar, aceptar al otro no es ceder siempre ni buscar convencerlo a toda costa, sino permitir que tenga su propia perspectiva, incluso si no estamos de acuerdo. Esta actitud no elimina los desacuerdos, pero sí reduce la necesidad de imponerse, lo que abre espacio para un diálogo más honesto.

 

Una invitación a actuar

Estas tres actitudes no son recetas fáciles ni ideales inalcanzables. Son, más bien, formas de estar en el mundo que requieren práctica diaria, voluntad y un esfuerzo constante por estar presentes. No siempre será sencillo. Habrá momentos de duda, retrocesos y contradicciones. Pero cada vez que nos animemos a escuchar empáticamente, a actuar con autenticidad y a aceptar incondicionalmente, estaremos plantando semillas de transformación, tanto en nuestra vida como en la de quienes nos rodean.

Te invito a probar. Podés empezar por un pequeño gesto: escuchá más de lo que hablás, decí una verdad que estuviste callando o aceptá algo que te cuesta cambiar. No esperes resultados inmediatos. Confiá en el proceso y, sobre todo, en la posibilidad de vivir una vida más plena y conectada. Un paso a la vez.





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